Antonio Santana Claros

Emocionaba anoche ver por el parque a un chico de sonrisa abierta, ojos felices y cabeza romana a hombros de otros jóvenes, como los héroes de nuestro mar, mientras los coches pitaban y la gente le gritaba «torero» y la chiquilleria corría a su alrededor.

Ese chico estaba hace una semana toreando como novillero por plazas de México de acá para allá, sorteando talanqueras polvorientas en la soledad del héroe que es el único que sigue creyendo en sí mismo.

La baja de Cayetano abrió un rompimiento de gloria en su cielo nublado, porque el maestro Morante pidió que el sustituto fuera ese chico en el que creía.

Siete mil km, sin tiempo para nada, sin poder estrenar vestido, con la cuadrilla prestada por Cayetano, en plaza de primera y junto a dos figuras, Morante y Juan Ortega.

Cualquiera se hubiera venido abajo por los nervios y la responsabilidad.

Pero la casta se impone y el orgullo y el valor. Me habría gustado oír sus palabras al de la Puebla, como padrino y con el solemne Juan de testigo durante la ceremonia de intercambio de trastos.

Si Dios le ayuda y los toros le respetan, aquí hay un torero, que carga la suerte por verónicas crujiendo la cintura y el mentón pegado al pecho, ganando terreno al toro hasta el centro de la plaza.

Tiene planta, garbo, le anda a los toros y sabe qué hacer cuando el bicho se le cuela con intenciones criminales sin descomponer el gesto.

Cuida el detalle, es despacioso y tranquilo y en una cena en Los Gatos, donde lo conocí, gracias a mis queridos Antonio y Juan Alberto me demostró que es una delicia y un signo de esperanza, oírle contar sus contratiempos y adversidades, sin perder la sonrisa, ni la convicción del destinado a triunfar, en estos tiempos en los que tanto abundan los miserables.

Es de Fuengirola, uno de los nuestros y se llama Antonio Santana Claros.

De profesión torero.